Este microrrelato es mi humilde aportación al ReC de esta
semana, microrrelato perdido entre esas nueve centenas que llegaron a las SER.
Un micro que disfruté escribiendo y sobre todo, imaginando, un micro que mira
al pasado desde un presente no demasiado diferente, pero que nada tenía que
hacer en esta ocasión en el concurso.
Y sin embargo, reconozco que ha sido una de las ediciones
semanales del ReC que mas me ha emocionado. ¿Porqué? Porque dos grandes amigos
habían sido escogidos entre los tres mejores de la semana, con lo difícil que
es que escojan a uno en una semana normal, que hayan seleccionado a dos en una
semana donde la participación estuvo muy cerca del récord, da idea del altísimo
nivel que tienen sus textos.
Desde aquí mis felicitaciones a ambos. Por escribir cómo
escriben, por sus magnificas ideas y su forma de transmitirlas, por compartirlas
con todos nosotros, por su selección para esa final semanal, por su saber
estar.
A Xavier, el hombre en blanco y negro, le felicito por sus
comentarios en antena, siempre aprovechando la ocasión para hacernos pensar
sobre lo que se nos viene encima. Por ese segundo puesto tan ajustado.
Os dejo enlace para que disfrutéis de las imágenes que se
esconden bajo su carpa:
A Miguel Ángel, le felicito por su impagable “¿y ya esta?¿Eso
es todo?” y por parir ese excelente micro que sin duda llegará a la final anual
del ReC.
Os dejo una puerta de entrada a la casa de Miguel Ángel, que
tiene un patio mucho más particular que el de la canción:
Y ya, sin más preámbulos os dejo mi aportación:
Con esa exactitud tan
característica de la ciencia, el
peluquero Leonard, reconstruye los rizos en la penumbra. Espolvorea el talco
para blanquear el amasijo de cabellos, sacude los piojos que infestan la peluca
mientras las ratas corretean bajo sus pies, y finalmente la coloca sobre el
cráneo de Luis Capeto. Leonard sabe que Versalles se ha limitado a partidas de
caza, bacanales y caprichos sufragados con las arcas reales, que nunca tuvo
contacto con el hambre y la miseria de París. Ahora, desde su escondrijo de la
Plaza de la Concordia, observa la cabeza guillotinada de Luis XVI y por primera
vez admite que la peluca nunca aportó dignidad.