Tengo una mosca detrás de la oreja y otras dos revoloteando la papilla
endurecida de Isabelita. Varias cucarachas recorren el suelo a sus anchas. Un
par, las más intrépidas o desesperadas, están a punto de coronar la montaña de
platos del fregadero. Me arrepiento ahora de no haber accedido a comprar el
lavavajillas. He descubierto que esas minúsculas hormigas argentinas han
invadido el ecosistema de las autóctonas y el mío, que vienen para quedarse,
que no le hacen ascos ni a la longaniza ni a otras carnes menos curadas. Que
los repelentes tienen una función limitada y que las picaduras de mosquito ya
no duelen cuando pierdes la cuenta. He aprendido mucho en este tiempo, pero
sigo preguntándome cuanto más va a tardar María en volver del estanco, por qué
tuvo que llevarse a Isabelita con ella y para qué necesitaba comprar tabaco si
ella no ha fumado nunca. Tengo tanta hambre, tanta que si María
no vuelve pronto, moriré de inanición persistente.
Con este microrrelato he hecho acto de presencia en ENTC en el mes de agosto.