No sé, —murmura Manuela
compungida ante el rictus escéptico del juez— creo que todo empezó al mudarnos.
Oía a mi vecina a través de la pared. No su voz, —recalca tajante— sus pensamientos.
Esa zorra pretendía beneficiarse a mi marido. Cuando se lo dije a Carlos no me
creyó, pero empezó a sonreír estúpidamente. Imagínese, esa pelandusca y el
cerdo de Carlos haciendo de todo en mi propia cabeza. Entonces llegó la
telequinesia. Carlos seguía sin creerme, pero un día empezó a levitar. ¡Mira
Manuela, vuelo! Salió por la ventana y mi talento desapareció. Eso es todo
—concluye serena—. ¿Su Señoría tampoco me cree?
Presentado al REC en primer término y a los despojos del REC en segundo término...