Ya no podíamos contar con él, por mucho que Clarita lloriqueara
frente a la ventana, el dragón había escapado. Papá tampoco terminaba de
acostumbrarse. Cada noche se sentaba en el sofá estirando los pies en el aire,
como si el enorme conejo blanco pudiera salir de la chistera para
acariciárselos, pero había desaparecido, igual que el duendecillo que soportaba
las letanías de la abuela. A menudo se miraban desorientados, incapaces de
encontrar respuestas. Yo fingía su misma confusión, pero cuando dejaban de
prestarme atención volvía a mi cuarto, me escondía bajo la cama y tachaba otra
mentira de la carta de mamá.
Microrrelato dedicado a Miguelángel Flores, ganador de la semana pasada en el REC.