El extintor -único testigo del suceso- sigue colgado de la
pared que separa las puertas de 6ºA y 6ºB. Marina avanza lentamente. Envidia la
existencia inanimada del objeto rojo, ese propósito concreto y su incapacidad
de sentir. La puerta de 6ºA está abierta. La directora entra antes que ella
para facilitar el momento. El maestro detiene la explicación. Todos los
chiquillos se giran de inmediato, la escrutan. Aunque ya cicatrizadas, a Marina
le duelen cada una de las heridas cuando suelta las muletas y se sienta en el
pupitre. Fran también está. Ella pensaba que sentiría odio al verlo. No es así.
Hasta eso le arrebató. Fuera, en el pasillo, el extintor sigue atentamente el
regreso de la niña. Ella no sabrá nunca lo que hubiera dado por intervenir
cuando empezaron los insultos, como le hubiera gustado rescatarla el día que
Fran le propinó la paliza, tampoco sabrá de la cólera que le consumió al ver a
sus compañeros observando impasibles, ni la impotencia de ver al agresor
regresar a clase hace semanas, y mucho menos el júbilo de volver a ver a Marina
caminar por el pasillo de la escuela, aunque cojee.
Pulsa para ir a ENTC...
Con este microrrelato participo en el certamen de Septiembre de ENTC.